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domingo, 13 de noviembre de 2016

El mayor error educativo

      Este tema ya se ha mencionado anteriormente, pero no centrado en el ámbito educativo.

      Si la supervivencia de una sociedad depende de unos miembros de la misma que se encarguen de transmitir a las nuevas generaciones las ideas o conceptos en los que esa cultura se apoya, también puede ocurrir que muchos de los problemas con los que se enfrente tengan su raíz en su propio pasado porque nunca se ha reparado en los errores que esa misma transmisión portaba. Este es el caso.

      El desarrollo evolutivo de nuestra actividad mental, propiamente racional, se remonta a los orígenes greco-latinos. Por aquel entonces, en la Grecia Clásica, los filósofos pugnaban entre sí en las habilidades discursivas de la razón, que estaban explorando y descubriendo, para ganarse alumnos para sus academias de las que vivían.

      De entre todas estas academias, sobresalió una que regentaba un tal Platón. Sus ideas, su modo de pensar, quedó triunfante sobre los demás filósofos y, años posteriores, otros autores como Plotino, San Agustín, las hicieron suyas y así pasaron a la Escolástica en la Edad Media hasta nuestros días, como fundamento de nuestra cultura. En la estacada quedaron las otras academias que no pensaban del mismo modo, como por ejemplo Los Sofistas, que curiosamente se utilizan hoy día en psicoterapia para “reconducir” a muchas personas, cuya forma de pensar le lleva a una inadaptación con el entorno social.

      ¿En dónde está, pues, el error de Platón? Justo en el centro de su sistema, el mundo de las ideas, al que debe aspirar el ser humano. Esto anterior, desde el conocimiento psicológico que tenemos hoy día, es un error, es falso, y lo triste es que está condicionando toda una metodología educativa. Veamos.

      Se nos dice acerca de este mundo de las ideas: la bondad, debemos aspirar a ser mejores, buenos, pacíficos, sin violencia ni agresividad, tener más confraternidad, no debemos ser egoístas. Por eso los docentes lo asumen y dicen: “debéis portaros cada vez mejor, no se puede pegar, etcétera.”, repitiendo siempre lo mismo.

     ¿Cuál es el error? Pues que los ideales (ya lo dice la palabra) no existen, lo real es lo que es, pero como esto no lo queremos aceptar, inventamos el opuesto: si a un niño agresivo le llamamos la atención y le decimos que debe ser pacífico, le estamos transmitiendo dos mensajes: uno, que no lo estamos aceptando (hay rechazo), y dos, que lo estamos forzando a que se pase al bando de los ideales, del pacifismo, perdiendo, así, la ocasión de quedarse con lo que es, la violencia y poder superar ese estancamiento –es decir, se está desperdiciando una energía psíquica, atascada en la violencia, que le ayudaría a ”ver” el problema y seguir evolucionando.

      ¿Nos damos cuenta de que la educación no sale de este error? (Me estoy imaginando la respuesta típica del/ la docente: ¿Entonces voy a dejar que pegue? -hay muchas posibles respuestas). Soy rebelde, inadaptado y la enseñanza me dice que debo ser pacífico, manso: mientras se viva en el corredor de los opuestos, de las antinomias, el pensamiento está condicionado y escapando de lo que es a lo que debería ser, que para el alumno, en ese momento, no existe. Y si se adapta es por miedo o temor al castigo. Estamos haciendo de él un hipócrita y un resentido (pero eso no importa; lo que interesa es que no cree problemas).

      En resumidas cuentas, hay que partir de lo que es, aceptando al sujeto como es, y si esta actitud con él es auténtica, propiciará que el alumno elabore y resuelva ese estado (de protesta, rebeldía o lo que sea) que a él tampoco le gusta.

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