Cuando se incluyen en el grupo de Alumnos con Necesidades Específicas de
Apoyo Educativo debe ser por algo más que la elaboración de un programa
ampliado. En efecto, los problemas empiezan a aflorar cuando ese alumno/a,
diagnosticado como superdotado, no sólo no remata las tareas antes que el resto
de compañeros, sino que comete errores como los demás, a veces más, lo que
lleva al tutor/a a poner en cuestión el diagnóstico efectuado, sin percatarnos
que, acaso, el desacuerdo deriva de concepto previo que tenemos formado de esta
clase de alumnos.
Evidentemente, dentro de este grupo de niños, los habrá que entenderán
las explicaciones del tutor a la primera, harán en seguida las tareas y
obtendrán las mejores calificaciones, y los mismos profesores dirán que son muy
buenos: estos no dan problema y encajan perfectamente con el diagnóstico. Las
complicaciones vienen con aquellos otros que, teniendo el mismo informe, no
cumplen los objetivos, no hacen las tareas y hay que estar llamándoles la
atención continuamente para que intenten hacer algo, y en el peor de los casos,
para que no obstaculicen la marcha de la clase. Estos casos son los que nos
deben preocupar, y para los que debemos encontrar una solución pedagógica, no
siempre fácil.
Se vuelve a repetir, no se trata de poner en cuestión un diagnóstico,
inclusive en aquellos casos en que la puntuación de los test no la confirmen,
pues, a veces, aquel desinterés mostrado en las clases también se pone de
manifiesto en las prubas de evaluación psicopedagógica.
Son estos casos “problemáticos” los que deben preocuparnos. La
dificultad para “conectar” con ellos, para conocer sus intereses, etc., deriva
de las características y peculiaridades de su personalidad, en donde, con toda
probabilidad radican las causas de su dificultad para adaptarse al sistema.
Una autora, Alice Miller, se dedicó a estudiar estos casos, recogiendo
los resultados en un libro titulado “EL
DRAMA DEL NIÑO DOTADO. Y la búsqueda del verdadero YO”, que la consagró
como una de las mejores especialistas.
Tuvo inicialmente la curiosidad por conocer las biografías de personas
que por sus dotes para la especialidad a la que se dedicaron, llegarían más
tarde a tener renombre a nivel mundial. Curiosamente se encontró con una característica
común a todos ellos: se podía apreciar que la pormenorización de datos
biográficos comenzaban en algún punto, más o menos próximo a la pubertad,
siendo los recuerdos de la primera infancia muy difuminados, como si fuese algo
que careciese de interés, sobre todo cuando se sabe que en la infancia están
las raíces de toda la vida posterior, claves para la comprensión de la misma.
Ese olvido se encarga de sepultar las emociones y sentimientos que son
algo así como la salsa de las vivencias, con toda seguridad porque no se
consideran placenteras.
¿Por qué se tiene que producir este ocultamiento? Se intentará resumir
lo que dice la autora en dicho libro,
como explicación del proceso:
Todo niño, a partir del nacimiento tiene unas necesidades,
1. Es una necesidad
peculiarísima del niño, desde el principio, el ser visto, considerado y tomado
en serio como lo que es en cada caso y momento.
2. “Lo que es en cada caso y
momento” se refiere a sentimientos,
sensaciones y la expresión de ambas cosas ya en el lactante.
3, En una atmósfera de respeto y tolerancia para con los
sentimientos del niño, este puede renunciar a su simbiosis con la madre en
la fase de separación y dar los pasos necesarios para lograr su autonomía.
4. Para que estos presupuestos
del desarrollo sano fueran posibles, los padres de estos niños tendrían que
haber crecido también en un clima parecido. Estos padres transmitirían a su
hijo la sensación de seguridad y protección en la que puede medrar su
confianza.
5. Los padres que no tuvieron
este clima en su infancia se hallan necesitados,
es decir, que buscarán toda la vida aquello que sus propios padres no
pudieron darles en el momento debido:
un ser que les acepte, comprenda y tome en serio.
6. Esta búsqueda no puede, desde
luego, acabar bien del todo, pues guarda
relación con una situación
irrevocablemente pasada, es decir, la primera etapa posterior al
nacimiento.
7. Pero una persona con una necesidad insatisfecha e inconsciente –porque rechazada-se verá
sometida, mientras no conozca la historia reprimida de su propia vida, a una compulsión que intenta satisfacer esta
necesidad recurriendo a vías sustitutivas.
8. Los más predispuestos a ello
son los propios hijos. Un recién
nacido depende de sus padres venga lo que viniere. Y como su existencia depende
de que consiga o no el afecto de éstos hará todo lo posible por no perderlo.
Desde el primer día pondrá en juego todas sus posibilidades, como una planta
pequeña que se vuelve hacia el sol para sobrevivir.”(págs. 22,23)
Así pues, cuando un padre, una madre, por sus condicionamientos
solamente va aceptar determinadas conductas en su hijo, éste irá renunciando a
ciertas manifestaciones a cambio de ser aceptado, desarrollando la
“personalidad del –“como si”, lo que se denomina también el falso Yo: irá
negando ciertas emociones y sentimientos que le eran propios.
Todo esto anterior queda muy bien resumido en el primer párrafo del
capítulo “Destinos de las necesidades infantiles”. Dice la autora:
“Todo niño tiene la legítima
necesidad de ser observado, comprendido, tomado en serio y respetado por su
madre. Durante las primeras semanas y meses de vida le es imprescindible poder
disponer de su madre, utilizarla y ser reflejado por ella. Una imagen de
Winnicott ilustra esto con bella precisión: la madre contempla al niño que
lleva en brazos, el niño contempla la cara de su madre y se encuentra a sí
mismo en ella…suponiendo que la madre observe realmente a ese ser pequeño,
único y desamparado, y no proyecte sobre él
sus propias expectativas, sus miedos o los planes que haya forjado para
el niño. En el último caso, éste descubrirá en el rostro materno no la imagen
de sí mismo, sino las necesidades de la madre. Él mismo se quedará sin espejo y
en vano lo buscará durante el resto de su vida.”
Este espejo que es la madre supone que ella sabe en todo momento (saber
instintivo) las necesidades de la criatura, y allí está, como mediadora para
salvar la impotencia de un ser inerme: es una prolongación.
Si estas condiciones favorables se producen durante el primer año, se
constituye la base para tener un Yo lo suficientemente reforzado, no solo para
posteriormente hacer frente a las adversidades sino para desplegar las
potencialidades creadoras, apoyadas en una indagación, curiosidad infantil, lo
que se ha dado en llamar “instinto epistemofílico”.
Por el contrario, si las condiciones no fueron favorables, si la
criatura no vio sisfechas esas necesidades, tratará de buscarlas,
inconscientemente, después, el resto de su vida, acompañado todo ello de un
sentimiento de nostalgia, de pena y/o tristeza, por algo que no sabe
exactamente lo que es, no exento todo ello de un estado depresivo. Esto
requerirá un trabajo psicológico denominado “elaboración de duelo” por parte de
la persona que lo sufre. Dice la autora: …”Este apoyarse en el propio Yo, es
decir, en el acceso a los propios sentimientos y necesidades reales, así como
la posibilidad de articularlos, siguen siendo necesarios para el individuo si
quiere vivir sin depresiones ni adicciones” (pág. 99).
Una de las mayores desgracias que se pueden producir es que a una madre
“castradora”, que no fue reflejo (espejo)de los propios sentimientos del niño,
que no devolvió sus propias vivencias, todo lo contrario, que trató de amoldarlo
a su ser de ella, le siga después un sistema educativo que termine por cortar
estas raíces vivas de la curiosidad, la inquietud, para que se amolde a la
disciplina de la clase y de los objetivos programados. Dice Alice Miller:
“Uno de los dogmas evidentes de
nuestra educación consiste en cortar desde un principio las raíces vivas y
tratar luego de sustituir su función natural recurriendo a métodos
artificiales. Así, por ejemplo, se limita la curiosidad del niño (“hay
preguntas que no se hacen”), y, más tarde, cuando ya carece de impulso natural
para aprender, se le ofrecen clases de recuperación no bien tiene dificultades
en la escuela.” (pág. 121).
Para ejemplificar esto con un caso concreto la autora coge el testimonio
del propio Hermann Hesse, no viéndose así
limitada por la confidencialidad:
“Como casi todos los padres”,
escribe Hesse en Demián, “tampoco los
míos colaboraron en el despertar de los instintos vitales, de los que nunca se
hablaba. Solamente colaboraban con un
cuidado infatigable en mis esfuerzos desesperados por negar la realidad y seguir viviendo en un mundo infantil, que cada
día era más irreal y más falso. No sé
si los padres pueden hacer mucho en estos casos, y no hago a los míos ningún
reproche. Acabar con mi problema y encontrar mi camino era sólo cosa mía; y yo
no actué bien, como la mayoría de los bien educados” {las cursivas son mías-
A.M.}.
…”Las notas del diario de la madre y la copiosa correspondencia de
ambos padres con distintos miembros de la familia, publicada en 1966, permiten
adivinar el vía crucis del pequeño. Como muchos niños parecidos, Hesse era tan
difícil de soportar para sus padres no pese a, sino debido a su riqueza interior. Sucede a menudo que los talentos y
dones de un niño (intensidad de sentimientos, profundidad vivencial,
curiosidad, inteligencia, atención, que naturalmente incluye un sentido
crítico) enfrentan a sus padres con conflictos de los que éstos habían
intentado defenderse con normas y preceptos hacía ya mucho tiempo. Y los
preceptos tienen que ser salvados a costa del desarrollo del niño, llegándose a
la situación, aparentemente paradójica, de que también los padres que están
orgullosos del talento de su hijo, e incluso lo admiran, tienden a rechazar,
reprimir o destruir, presionados por su propia necesidad, lo mejor –por ser lo más auténtico- que hay en el niño. Dos
observaciones de la madre de Hermann Hesse pueden ilustrar de qué modo esta
labor de destrucción es compatible con una preocupación y entrega presuntamente
amorosas”:
1. (1881) “Hermann está yendo a
la escuela infantil; su temperamento impetuoso nos causa muchas preocupaciones
(1966). El niño tenía tres años.
2. (1884): “Las cosas van
decididamente mejor con Hermännle, cuya educación nos ha causado tantas
preocupaciones. Desde el 21 de enero hasta el 5 de junio ha estado en el
colegio de niños y sólo pasaba los domingos con nosotros. Allí se portaba bien,
pero volvía a casa pálido, delgado
y deprimido.
La estancia ha sido decididamente buena y
provechosa. Tratar con él resulta ahora mucho más fácil” [A.M. (1966). El
niño tenía entonces siete años.
Un tiempo antes (el 14 de
noviembre de 1883) escribía el padre; Johannes Hesse: “Hermann, que en el
colegio pasa por ser casi un dechado de virtudes, es prácticamente inaguantable a veces. Por más humillante
que nos resulte a nosotros [las
cursivas son mías-A.M.}, me pregunto seriamente si no deberíamos enviarlo a
algún establecimiento o a casa de alguien. Nosotros somos
demasiado nerviosos y débiles para él, y toda la familia no es lo
suficientemente disciplinada regular. Parece tener talento para todo”…
Con la imagen fuertemente
idealizada de su infancia y de sus padres que encontramos en Hermann Lauscher, Hesse abandonó a aquel niño original, rebelde,
“difícil” e incómodo para sus padres que él mismo había sido. No podía dar
cabida en su interior a ese importante fragmento de su Yo: tuvo que expulsarlo.
Su auténtica gran nostalgia del verdadero Yo permaneció insatisfecha.
Que a Hermann Hesse no le
faltaba valor, talento ni capacidad para vivir profundamente su vida queda
demostrado en sus obras y en muchas de sus cartas, sobre todo en la furibunda
carta que, a los quince años, envió desde Stetten. Pero la respuesta del padre
a esta carta (cf. 1966), las anotaciones de la madre y los pasajes de Damián y de Alma infantil antes citados, nos dan testimonio de la intensidad
con que lo agobiaba el abrumador peso de su destino infantil reprimido. Pese a
su gran resonancia, a sus éxitos y al
Premio Nobel, Hesse fue víctima, en sus años de madurez, de la trágica
circunstancia de vivir separado de su verdadero Yo, de aquello que los médicos,
para abreviar, denominan depresión.”
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